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No cuelgues tu arpa. Daniel 3-17 y 18

En Babilonia, Israel era conocido por su forma de alabar a Dios, pero las circunstancias que les rodeaban, les llevaron a renunciar a sus canciones. Pero siempre hay alguien, que en medio de las adversidades, no se rinde, alguien que no cuelga su arpa, y aquí fueron tres: Ananías, Misael y Azarías.

Siempre hay momentos en la vida cuando las esperanzas de nuestra fe no se realizan en la forma que esperábamos. Muchas veces las esperanzas en la fe pueden ser cruelmente contrarrestadas y no alcanzan a ser realidades en la hora y manera que pensábamos.

Piensa en todos los cristianos presos, secuestrados, asesinados. Todos los que en este momento están llorando, a todos los que les falta alimento, abrigo, un amigo…

Piensa en ti, en ellos, en esos días en que ya no te quedan fuerzas ni esperanzas para mover un dedo más.

Piensa en todos los que están agotados, como los israelitas sentados a la vera de los ríos de Babilonia, que no les gustaba para nada lo que estaban viviendo y colgaban sus arpas de los árboles en señal de abatimiento, resignación y protesta.

Junto a los ríos de Babilonia,

Allí nos sentábamos, y aun llorábamos,

Acordándonos de Sion.

Sobre los sauces en medio de ella

Colgamos nuestras arpas.

Y los que nos habían llevado cautivos nos pedían que cantásemos,

Y los que nos habían desolado nos pedían alegría, diciendo:

Cantadnos algunos de los cánticos de Sion.

¿Cómo cantaremos cántico de Jehová

En tierra de extraños? Salmo 137:1-4

En ese gesto de entrega ellos están revelando su humanidad, que dice BASTA frente a las humillaciones, el excesivo trabajo, la burla o la impotencia. Tal como nos pasa a nosotros cada día.

Más, al colgar sus arpas de los sauces y de los álamos, ellos no sólo están manifestando su cansancio, que es comprensible. También están expresando un tremendo vacío interior, una falta de esperanza y de ilusiones hacia el mañana. La vida ya no valía nada para ellos en aquella “tierra extraña”. Para ellos no había posibilidad de alegría porque su alegría era estar en la presencia de Dios y ellos creían que Dios solo moraba en el Templo de Jerusalén.

Ese Templo que había sido destruido por sus captores. Y, al colgar sus arpas, abandonan en los árboles, uno de sus bienes más preciados: su posibilidad de cantar sobre su fe, su oportunidad de mostrar su esperanza en Dios, la posibilidad de soñar y transformar esos sueños en una canción.
“¿Cómo cantar a Dios en medio de esta tierra extraña?”, se preguntan ellos.

Ellos, como nosotros, se desdoblaban entre la fe y la desesperanza.

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Nosotros, como ellos, nos preguntamos de dónde sacaremos más fuerzas para seguir predicando, siendo fieles a Dios, cuando el mundo se desbarranca y todos nuestros intentos parecen uno más inútil que el otro.

Hay tantos de nosotros, que como ellos, hoy quieren colgar sus arpas. Se sienten tan cansados y desganados y angustiados, que no pueden mirar el futuro con esperanza.

Pero volvamos a Babilonia, allí no sólo estaban estos israelitas cansados, desilusionados, con ganas de rendirse, y renunciando a todo. Allí también estaban 3 jóvenes. Ananías, Misael y Azarías. (De paso, quisiera que nos metiéramos estos nombres en la cabeza en vez de Sadrac, Mesac y Abednego, que fueron los nombres que se les dieron para erradicar el significado de Dios de los nombres puestos por sus familias).

Sus planes se habían roto por completo, sus sueños hechos pedazos. Mientras al resto de Israel, Babilonia le quería oír cantar cuando Israel se había rendido, a estos tres jóvenes, los querían callar porque aún no se habían rendido.

Aunque amenazados por una muerte terrible, los tres héroes rehusaron considerar el fuego como lo más potente, y se volvieron para mirar a Dios como el que en realidad tiene el control. La total y valiente sangre fría de Ananías, Misael y Azarías al confrontar la furia de Nabucodonosor, siempre ha sido un misterio para el mundo. Con la espalda a la pared, los tres serenamente dan su testimonio de fe en dos afirmaciones y una alternativa:

«Nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiente; …y de tu mano, oh rey, nos librara… Y si no… no serviremos a tus dioses, ni tampoco adoraremos la estatua que has levantado» (Daniel 3:17,18).

Aunque la alternativa sea colgar el arpa, no la colgaré y si por no colgarla lo pierdo todo, aún mi vida, valió la pena no rendirme. Eso me parecen las palabras de los jóvenes.

Pero el mundo de hoy se parece mucho más al Israel que colgaba el arpa a los tres jóvenes que enfrentaban el fuego.

El mundo de hoy es especialista en renunciar cuando todo se pone difícil.

¿Qué debemos hacer en estos últimos días y cómo debemos comenzar el próximo año? No mires tu cansancio, tu decepción, no cuelgues tu arpa, debemos  cantar y soñar, cantar y creer, cantar y esperar, cantar y resistir…

Pase lo que pase, sea cual sea tu “tierra extraña”, no te doblegues, no te dejes vencer, no cuelgues tu arpa del árbol del desánimo. Mejor ven y cantemos juntos, adoremos juntos, trabajemos juntos con nuestro Dios, ese Dios que no nos abandona; que siempre nos tiene preparados nuevos caminos, nuevas sendas; con este Dios nuestro que renueva nuestras fuerzas, nuestro caminar, nuestro vivir, con este Dios que es la razón de nuestro existir. En el horno de fuego, aún allí, está su presencia, si no hemos colgado el arpa.

No cuelgues tu arpa.

Hay muchos que necesitan encontrarse con el Dios que tú conoces.

No cuelgues tu arpa.

En algún lugar, tal vez en la vereda, en la esquina, o en China, alguien necesita que no cuelgues tu arpa.

Aunque parezca ser el camino difícil, el camino de Dios es en el que vas a encontrar la mano que te sostiene en todas las adversidades.

Esta predicación o mensaje trata sobre: Arpa, Babilonia, Rendirse, Continuar, Ananías, Misael, Azarías, Daniel

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