¿No hay cosas en la Biblia que te llaman la atención y te hacen ver que era muy diferente la sociedad que Dios quería establecer y el tipo de sociedad que imperaba en la tierra?
Las ciudades de refugio son una de esas cosas y el goelismo extendido también.
Dios estableció que los levitas recibieran 48 ciudades, de esas 48, 6 de ellas, ubicadas 3 al este y 3 al oeste del Jordán para que quedaran distribuidas en toda la tierra de Israel, tendrían un uso especial.
Todas las ciudades que daréis a los levitas serán cuarenta y ocho ciudades con sus ejidos. Números 35:7
Los levitas no recibirían una tierra especial, una zona geográfica específica, sino que las ciudades de los levitas estarían distribuidas por toda la tierra.
Manda a los hijos de Israel que den a los levitas, de la posesión de su heredad, ciudades en que habiten; también daréis a los levitas los ejidos de esas ciudades alrededor de ellas. Y tendrán ellos las ciudades para habitar, y los ejidos de ellas serán para sus animales, para sus ganados y para todas sus bestias. Y los ejidos de las ciudades que daréis a los levitas serán mil codos alrededor, desde el muro de la ciudad para afuera. Números 35:2-4
Cuando te digan que los levitas no trabajaban en nada y que todo el pueblo aportaba para su manutención, léeles este pasaje. Sí es verdad que ellos no tenían heredad, una tierra, una zona, que llevara su nombre, pero tenían sus ciudades, tenía sus campos, tenían sus ganados. Que ellos tuvieran todo esto, no quitaba la orden de Dios de que ellos tenían derecho a parte de lo que se llevaba como ofrenda. Pero no eran vagos mantenidos.
De estas 48 ciudades, 6 pasarían a ser ciudades de refugio.
os señalaréis ciudades, ciudades de refugio tendréis, donde huya el homicida que hiriere a alguno de muerte sin intención. Y os serán aquellas ciudades para refugiarse del vengador, y no morirá el homicida hasta que entre en juicio delante de la congregación. Números 35:11-12
¿Qué eran las ciudades de refugio?
Eran lugares en los cuales podían refugiarse quienes cometían asesinatos accidentales.
¿Por qué estaban a cargo de los levitas esas ciudades?
Porque estos hombres estaban al servicio de Dios y serían los más imparciales al atender los conflictos entre los hombres.
Ellos debían mantener esas ciudades con una buena calidad, confort y arreglo.
Los caminos para acceder a ellas debían estar señalizados.
Las ciudades debían estar distribuidas de tal modo que de cualquier lugar de Israel se pudiera llegar a una de ellas.
Se buscó que para llegar a ellas el homicida no debiera recorrer más de 50 kms., y de debía ir a la que correspondía por zona o demarcación o distancia.
Las puertas de las ciudades de refugio nunca podían cerrarse. Cuando el homicida llegaba a la ciudad debía exponer su caso ante las autoridades, si se consideraba que la muerte había sido accidental, era recibido y debía comenzar a trabajar allí y “buscarse la vida”, como comúnmente decimos. Si las autoridades consideraban que no era muy clara su inocencia, lo recibían mientras se realizaba un juicio.
En el caso de que la culpabilidad era innegable, no se le recibía ni siquiera el tiempo de espera de un juicio, y la persona quedaba expuesta al vengador de la sangre.
A estas ciudades podía acudir tanto el israelita como el extranjero que vivía en Israel.
La ubicación de las ciudades debía ser incambiable. Es decir, no podía dejar una de ser ciudad de refugio y nombrarse a otra en su lugar.
Debían ser un lugar de ayuda, de descanso y protección para quien cometía un delito no intencional.
También podían ir a ellas los que esperaban un juicio. Si era declarado culpable, era entregado por los levitas y sacado de la ciudad para cumplir con su condena.
Sólo podía salir de la ciudad cuando moría el Sumo Sacerdote en ejercicio.
Si salía de la ciudad durante el ejercicio del Sumo Sacerdote, el vengador de la Sangre podía darle muerte. La protección estaba garantizada dentro de los muros, y unos 400 metros dentro de los ejidos, de las ciudades de refugio.
Y luego de la muerte del Sumo Sacerdote en ejercicio, el vengador de la sangre no podía ya ejecutar venganza.
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