Algunas veces, luego de intentar algo por mucho tiempo, nos gana la desesperanza. Y nos olvidamos que el reino de los cielos es sólo de los valientes, que no hay lugar para cobardes que se rinden, sino los que se esfuerzan. Si mantienes tu fe en Dios tu espíritu estará libre de la desesperanza y, cada vez que te ordene volver a intentarlo, lo harás y descubrirás que Dios sabía cómo llevarte hasta la bendición.
No pierdas la esperanza
No pierdas la fe
Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar. Respondiendo Simón, le dijo: Maestro, toda la noche hemos estado trabajando, y nada hemos pescado; mas en tu palabra echaré la red. Lucas 5.4-5
“Toda la noche”.
¿Por qué Pedro lo intentó una vez más?
¿Por qué él no se rindió a pesar del cansancio?
Porque estaba cansado, pero no había perdido las esperanzas.
Hay veces que después de intentar algo por un tiempo largo, nos cansamos, nos rendimos, nos llega la desesperanza.
La desesperanza es uno de los sentimientos más peligrosos para los hombres por lo destructivo que es. Toda la vida del ser humano depende de la esperanza. Es por esperanza que se come, se limpia, nos bañamos, estudiamos, planeamos…
La desesperanza mantiene atada nuestra mente y emociones al pasado. La desesperanza no nos deja disfrutar el presente.
La desesperanza pone nuestra posible felicidad muy lejos allá en el futuro. La desesperanza no nos permite luchar en el presente.
La desesperanza nos vuelve críticos del otro. La desesperanza mata nuestro amor por el prójimo, sólo podemos estar a su lado cuando él está más bajo que nosotros.
La desesperanza enferma nuestros cuerpos y mentes porque ya no encontramos un motivo por el cual vivir.
La desesperanza no nos permite ver que somos amados, nos hace sentir rechazados y que nadie nos comprende.
La desesperanza nos hace creer que nadie entiende nuestra situación y nos lleva a aislarnos, a no confiar en el otro para que nos ayude a sobrellevar nuestra situación.
La desesperanza no comienza cuando nuestro cuerpo se cansa. La desesperanza comenzó en nuestra mente cuando Dios nos dijo a algo que no y no lo aceptamos. La desesperanza comenzó cuando el diablo comenzó a susurrar a nuestros oídos y nos convenció de hacer las cosas no como Dios quiere.
La desesperanza no nos lleva a no ser cristianos. Sí podemos decir que somos cristianos. Sí podemos seguir con nuestras actividades de cristianos, pero en nuestro interior ya no somos valientes. Nuestro valor interior está quebrantado, aunque por fuera pareciera que somos los mismos.
La desesperanza nos hace olvidar que el reino de los cielos es sólo de los valientes, los que nunca se rinden, que en el reino de los cielos no hay lugar para los cobardes.
Quien en su interior ha dejado que la batalla la gane los susurros del diablo y no las promesas de Dios, “Jehová va delante de ti; él estará contigo, no te dejará ni te desamparará; no temas ni te intimides” (Deuteronomio 31:8), ha renunciado a la vida plena que Dios promete y ha permitido que gane la tristeza, el malhumor, la crítica, la desgana.
Volvamos a lo que dice Pedro: “Toda la noche”. Habían trabajado toda la noche.
El lago de Genesaret recibía varios nombres, mar de Galilea, mar de Tiberias. Pertenecía al sistema fluvial del Jordán. Tiene unos 166 km2. La distancia más larga es de unos 21 kms (de N a S), la más corta de 12 km (de E a O). Gran parte de él se encuentra rodeado de montañas y está ubicado en una gran depresión que le hace estar 200 m por debajo del mar Mediterráneo. De las montañas bajaba un aire frío, del Mediterráneo llegaba aire caliente que chocaban en el mar de Galilea y en las noches se podían desarrollar grandes vientos que llegaban a levantar olas de hasta 2 m. Las noches en este mar nunca eran cálidas y siempre eran peligrosas.
Las redes de aquella época eran mucho más pesadas que las actuales. Mucho pero mucho más. No pude encontrar ese dato, sé que en algún lado está…
Lo que narra Lucas había ocurrido luego de una larga noche de trabajo infructuoso. Pedro, y otros más, habían pasado toda la noche sorteando el frío y los peligros del mar. Cuando ya era el día, habían renunciado a intentarlo otra vez. Evidentemente estaba cansado. Era imposible que no se hubiera cansado.
¿Qué hacemos nosotros con nuestros instrumentos de trabajo cuando estamos muy pero muy cansados? ¿Los limpiamos?, ¿los ordenamos o los dejamos medio arrinconados en algún lugar que mañana los vamos a guardar?
Pedro, cansado como estaba, estaba haciendo algo que lo cansaría aún más: lavaba las redes y cuando Jesús le dijo: vamos, entra otra vez a la parte profunda del mar y tira las redes y vuelve a intentar pescar.