El mundo tiene un tiempo de caducidad, un tiempo marcado para su fin, ese tiempo fue marcado por Dios, el juez justo, entonces, ¿por qué vivimos como si lo único que importara es esta vida? Comencemos a vivir en este mundo como ciudadanos del cielo, apartados para Dios, para que nuestras vidas glorifiquen a Dios.
El primer principio del cristiano debe ser: separado del mundo para Dios. Es lo que dice Pablo en Gálatas 6:14 y fue la clave de su vida de comunión con Dios y el éxito de su ministerio:
Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo. Gálatas 6:14
En la traducción textual dice:
El mundo ha sido crucificado para mí, y yo para el mundo. Gálatas 6:14
Todo hombre y toda mujer tiene dos opciones: vivir en el mundo, el cual es comparado en la Biblia con Egipto, Babilonia o la gran ramera; o vivir en la Santa ciudad, en Jerusalén, ser integrante del Reino de Dios. El mundo está condenado a la ira de Dios:
Y la gran Babilonia fue recordada ante Dios, para darle la copa del vino del furor de su ira. Apocalipsis 16:19 (Biblia textual)
La nueva Jerusalén está destinada a ser exclusivamente perteneciente a Dios, santa, pura, sin mancha, nueva, revestida de su gloria.
Y vi que descendía del cielo, de Dios, la ciudad santa: una nueva Jerusalén. Apocalipsis 21:2
Teniendo la gloria de Dios. Apocalipsis 21:11
Para ser integrante de esa nueva Jerusalén debemos estar separados del mundo para Dios, debemos pertenecerle exclusivamente a Él, debemos vivir en santidad porque es la santidad lo que nos diferencia y nos separa del mundo, y nos permite acceder al reino de Dios.
Si nos mantenemos como hijos de Dios, si nos reconocemos como engendrados por voluntad de Dios y sujetos a la voluntad de Dios somos ciudadanos del cielo.
Debemos aprender a guardar y valorar todo lo que es de Dios, y rechazar y tirar todo lo que nos lleva a ser como el mundo.
La Palabra de Dios, el propósito de Dios, la voluntad de Dios, se deben transformar en la base de nuestra toma de decisiones para que vivamos como ciudadanos del cielo y no como los del mundo.
Si no son la base para tomar nuestras decisiones, nuestra vida comienza a desorientarse, nuestra fe se enfría y ser cristiano se transforma en una rutina de asistir a unos cultos, saber unos pocos versículos, decir que oramos, poner cara de cristiano, pero nuestras vidas cada vez tienen menos sentido, menos rumbo y pintamos nuestra vida en el mundo con colores del cielo, nuestros propósitos con colores de Dios, parecemos del cielo pero olemos al mundo y no somos olor grato ante Dios.
El último versículo de Apocalipsis 21 tiene una gran aclaración para que no nos olvidemos que no podemos vivir como el mundo:
No entrará en ella ninguna cosa inmunda, o que hace abominación y mentira, sino solamente los que están inscriptos en el libro de la vida del cordero.
No ser como el mundo no significa aislarme del mundo, hacerme una casa en medio del campo, lo más lejos posible de la civilización, sin televisión, sin electricidad, sin agua corriente, sin computadora, sin ningún tipo de adelanto científico, pues por más que me aísle no significará que me he apartado para Dios, porque ser del mundo, amar al mundo, es seguir nuestra propia voluntad y no la de Dios.
Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida no proviene del Padre sino del mundo. 1 Juan 2:16
El aislamiento físico del mundo no me aleja de los deseos de la carne, ni de los ojos, ni de la vanidad, ni de la codicia porque eso está en mi alma, en mi mente, en mi corazón.